Recuerdos de una escuela





Mientras oigo la voz de la diputada jefe de la comisión que elaboró el proyecto de la ley de Educación, una señora algo obesa y, al decir de algunos compañeros de parlamento, también pedorrienta, recordé mis primeros años de educación formal.

Fue en una pequeña escuela de las que llamaban “unitarias”: había una maestra, un pizarrón verde, un mapa de Venezuela, una bandera, un retrato de Bolívar; había también un refrigerante con agua del tubo que se enfriaba con media panela de hielo. No había timbre, pero de eso se encargaba la maestra Ana, que gritaba a todo pulmón: “Métanse al salón o les doy dos correazos a cada uno”.

No era este colegio el paradigma de la educación venezolana que se inaugura en la década del 60; era memorística, rutinaria, y a mí sobre todo, que era el que más palmetazos recibió de la maestra Ana, me parecía triste.

Pero allí aprendí a sumar, restar, dividir, multiplicar. También allí di el primer beso de piquito y observé cómo un estudiante que hacía sus pasantías en la Clínica Veterinaria le metía la mano debajo de la falda a la maestra de primer grado. Era mi escuela y recogía la vida del barrio, no era mejor ni peor que éste. La superación vino después, cuando escuela y universidad superaron a la sociedad que hasta entonces habíamos tenido y se hicieron mejor que ésta.

Ahora oigo la crítica contra el pasado educativo, crítica que fue demoledora: antes del nuevo proyecto que salivaba la diputada nada servía. La vieja ley negaba la educación de las mayorías, era elitesca, es decir, sólo entraban los ricos y sólo éstos se graduaban; estimulaba el individualismo, no se impartía historia ni geografía, ni valores cívicos y morales. Es decir, para resumir, la educación venezolana había sido desde siempre una cagada.

Tengo recuerdos de mis amigos (los del barrio). Ellos y yo vivíamos al borde de lo urbano y en nuestras casas lo único que se leía era Panorama y Gaceta Hípica, la mayoría de ellos salió de esa escuela, algunos fueron profesionales, otros no, pero todos fueron unos hombres y mujeres decentes, solidarios, críticos, amantes del país y tolerantes.

Yo creo que lo que hemos sido es, de una manera u otra, resultado de una verdadera revolución: La educación democrática iniciada en los 60. Yo pienso que la diputada, que fue una reputada profesora de LUZ, se graduó en una escuelita similar a la mía.




Énder Arenas Barrios /Sociólogo
Diario La Verdad

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