¿Quién le tiene miedo a Chávez?
Están chorreados. Frente a un pueblo embravecido. Se acabó lo que se daba. ¿Quién le tiene miedo a Chávez?
La marcha de hoy: descomunal, alegre, pacífica y combativa como pocas antes, demuestra que la situación político-social de Venezuela ha sufrido un cambio sustancial. Muestra a un pueblo embravecido, dispuesto a dar su sangre en defensa de sus valores democráticos ante un gobierno desconcertado, medroso y acobardado.
Muestra a un pueblo rico en argumentos ante un gobierno huérfano de ideas. A una civilidad que irrumpe con una fuerza indetenible ante una tiranía militarista sustentada en las bombas lacrimógenas y los perdigonazos. A un pueblo democrático con grandes líderes, y a un régimen policiaco copado por mercenarios uniformados ruines y miserables.
Los hechos: acompañé la marcha desde su retaguardia, frente al Centro Lido, empujados por cientos de policías motorizados provistos de armas largas. ¿De quién nos protegían? ¿Ante quien nos custodiaban? Media hora tardamos en llegar al semáforo que da inicio a la principal de Las Mercedes, a dos cuadras del inicio de la marcha, y la cabeza de la misma ya había cruzado La Previsora. Apenas podíamos avanzar, de lo compacto que era nuestra retaguardia, a kilómetros de nuestra vanguardia. Eran las 12 del mediodía.
Previendo que tardaríamos demasiado en llegar a la Libertador me monté en el Metro de Plaza Chacaíto. Diez minutos después salíamos de la estación Colegio de Ingenieros ante una multitud aterrada que descendía las escalinatas con sus ancianos heridos y asfixiados en los brazos. Ya había comenzado el ataque del mercenario de la capucha, el narcoterrorista del Medio Oriente que avergüenza a la colonia islámica de Venezuela.
La razón del ataque cobarde y despiadado, que también nos afectó hasta casi la asfixia, es demasiado evidente. Poco antes uno de los helicópteros espías de la policía metropolitana le informaba que la marcha era muy compacta y se desplazaba desde Chacaíto. Era imprescindible impedir que llegara a mostrar toda su musculatura, pues se haría demasiado evidente que los demócratas le daban una paliza monumental a los pobres infelices pagados para que le adornaran la asamblea al tirano.
Esa, y ninguna otra es la verdad. Chávez y su lacayo, el enano sirio, estaban en plena diarrea existencial. A Chávez se le cae la estantería encima y no tiene hacia adónde agarrar. Se hunde en el fango y ya comienza a llegarle el agua al cuello. Nacional e internacionalmente. La pregunta obligada que se hacían las decenas y decenas de miles de marchistas era obvia: si así se moviliza la democracia en tiempos vacacionales, cuando el mundo entero está fuera de la capital, ¿qué será en septiembre y octubre, cuando contemos con todas nuestras huestes?
Que vayan preparando sus maletas los Darío Vivas y los Aissami, los “modelitos rosados” que fungen de altos funcionarios uniformados del régimen y reprimen manifestaciones por mampuesto y los ladrones de la boliburguesía. Se les acaba la teta. Tienen el sol en la espalda.
Están chorreados. Frente a un pueblo embravecido. Se acabó lo que se daba. ¿Quién le tiene miedo a Chávez?
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