Cantinfladas que alivian
Ese domingo aproveché que había llegado el agua y no se había ido todavía la luz y me hice una torta de plátanos como la hacía mi abuela: Plátanos bien maduros de concha negra rajados a la mitad, fritos; un cuarto de kilo de queso palmita también frito y cuatro huevos batidos separando la yema de la clara y, bueno… no les voy a dar la receta porque sé que mi abuela, donde quiera que se encuentre, se molestaría conmigo y me resulta penoso agriar el ánimo de una viejecita que siempre me dio lo mejor de sí.
Encendí el televisor y allí estaba él, de camisa roja, parecía bravo, indignado y yo me dije para mis adentros: Aquí viene la vaina, aquí vienen humillaciones que él suele preparar los sábados bien tarde para tirárselas a cualquiera que haya entrado en desgracia.
Pero no. Dijo algo peor: me miró de frente (eso creí yo, pero ahora pienso que es la perspectiva de ver el televisor desde el ángulo que yo lo tengo, pues lo mismo me pasa con Leopoldo Castillo cuando grita desaforado "¡Venga a Venelca!", y su mirada fue tan jodida que el huevo que batía me cayó sobre el pantalón, dando la apariencia de estar haciendo otra cosa): “Hay que prepararse para la guerra”, y confieso que allí mismo me "chorrié".
A mí personalmente me apesta el término guerra. La confrontación violenta me produce disnea, desasosiego. Creo que es porque desde pequeño siempre era coñaceado por José Luis, un vecino grandísimo que me tenía como tiene Chávez a Diosdado: de sopita.
“Preparémonos para la guerra”, dice el Presidente y yo quisiera que le diera una diarrea arrechísima para que la confrontación se suspendiera indefinidamente porque la diarrea no se le para y del otro lado a Uribe se le pegara una vomitadera por una bandeja paisa con caraotas en mal estado que no lo deje salir del baño y así la guerra termina por forfeit de los contrincantes.
Pero qué bueno. No hubo necesidad de eso. El Presidente lo aclaró después. Todo fue un mal entendido de una reflexión suya en torno a la posibilidad de una guerra contra países que se atrevieran a profanar el sagrado suelo de la patria. Qué bueno cuando lo escuché decir: Pueblo heroico de Bolívar, para qué vamos a llegar para allá, uno llega y ¿para qué? Mejor no, y a lo mejor sí, pero ya estuvo y no hay para qué si al fin que... ¡Qué digo yo! Mejor ni le digo, pero ahí está el detalle. ¡Qué alivio! ¡Qué claro!
Ender Arenas
original
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