Corte Malandra




- Ángel R. Lombardi Boscán /Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ


En nombre del ladre, el tiro y el espíritu landro.
Amén

Salsa y control, de José Roberto Duque

Acostumbraba a salir a pasear en las noches por mi ciudad junto con mi familia en el carro, y ahora, ya no lo puedo hacer. La calle donde vivo los vecinos acordamos en cerrarla y colocar un cerco eléctrico para resguardar a personas y bienes. No hay una conversación entre amigos y conocidos donde no se señale algún hurto o percance asociado a la inseguridad. Los espacios públicos están siendo clausurados por un estado de sitio impuesto por el malandraje bajo la complicidad del Estado. Nuestras más fundamentales garantías constitucionales vinculadas a los derechos humanos son puestas en cuestión por el actual régimen personalista de corte militar.
La Corte Malandra de los espiritistas de nuestros más humildes barrios, donde la ley no llega alcanzar a nadie, tiene en el discurso presidencial a su principal justificador y vengador implacable. Sólo que hay un pequeño detalle: Venezuela no es un campo de batalla y en nuestros barrios se aspira a la dignidad humana, no como formula retórica sino como realidad palpable. Algo que éste Gobierno vociferante, pero inútil en capacidad y eficiencia, no ha sabido concretar.
Bastante mal se encuentra el país si tenemos que recurrir en plan de prosélitos adorantes a la corte de malandros caídos, para que éstos, los más malos, terminen por ser invocados y de ésta forma obtener protección divina.
El principal responsable de esta involución histórica que hoy el país sufre no es otro que nuestro inefable Presidente. El discurso presidencial destila veneno y resentimiento. Sus expresiones prosaicas han contribuido a envilecer al adversario político y al ciudadano común que no comparta las veleidades de un proyecto anti-democrático de naturaleza anacrónica y pre-moderna. Sus actitudes manipuladoras, cínicas e hipócritas le desdibujan y opacan un mandato que hoy luce ilegítimo a los ojos de mucha gente.
El país del oficialismo es el país de la iracundia y el miedo. Es la visión excluyente de un nuevo apartheid político, que se da bajo el liderazgo mesiánico de un desmedido iluminado que se equivocó de tiempo histórico. El Estado y sus principales instituciones también actúan de manera forajida al violar sin rubor la Constitución. A quienes pensamos distinto sólo nos toca "alguno que otro potecito de gas".



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