Lecciones de oscuridad
Luis Homes Jiménez - Maracaibo - 21/10/2008
Pasar un domingo sin servicio de energía eléctrica, nos enseña algunas cosas útiles. Nos damos cuenta de nuestra propia estupidez. Se interrumpe el merecido descanso y sin aire acondicionado, se nos antoja ver televisión, manipulamos muchas veces el control remoto y pensamos como descubriendo el agua tibia: "Es que no hay luz".
Se nos ocurre otra idea genial, maravillosa: prepararnos una limonada frapé. Abrimos la nevera y no prende el bombillo, pero claro es que no hay luz. Alcanzamos a colocar abundante hielo, zumo de limón, soda, esplenda y cuando intentamos prender la licuadora, por tercera vez nos recordamos que se fue la luz. Y que se han aumentado los niveles de estupidez. Entonces decido llamar a casa de mis padres. Tomo el teléfono inalámbrico, presiono el botón varias veces y mi mujer me dice, compasiva y misericordiosa: ¡Mi amor es que no hay luz!
Temeroso busco el celular. Temo penderlo porque no recuerdo si funcionará o no. Paso un mensaje de texto. ¿Ustedes tienen luz? Le pregunto a mi cuñado. Y me decido a agregar una docena de destinatarios. La respuesta de todos es NO. Pero en segundos se prende el televisor y el Presidente está felicitando a alguien porque en 15 minutos se solucionó el problema de la luz y dice que es un gesto de eficiencia. No sé si continúo con mis niveles de estupidez elevados, pero pienso que la eficiencia debería traducirse en que nunca se interrumpiera el servicio. Aquí me atrevo a cometer un magnicidio en privado y pienso que la estupidez es una epidemia que alcanza el trono presidencial.
Como todo vuelve momentáneamente a la normalidad, aburrido, salgo del apartamento. Tomo el ascensor y se va la luz, nuevamente. Como puedo, esfuerzo la puerta. Toco el timbre del apartamento y la perrita me grita desde adentro que no hay luz, que por favor entienda lo que está pasando. Avergonzado bajo doce pisos. No puedo salir del estacionamiento porque el portón es eléctrico. Media hora para entender que se puede abrir manualmente y al final la calle, el caos de los semáforos y las preguntas sobre por qué funcionan los celulares y cómo puedo escuchar la radio.
Relajado y calmado pienso cómo afecta la cotidianidad, los malos servicios públicos. Pienso cuántas personas se quedaron en el ascensor como yo. Cuántas neveras y aires acondicionados se dañaron y pienso en las emergencias de los hospitales. Recuerdo que esto ha ocurrido al menos cuatro veces en el año. Y pienso que no nos merecemos tanta ineficiencia ni estupidez. Pienso que definitivamente merecemos más luz.
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