Una década perdida
Tres siglos antes de Cristo, Aristóteles, exponía, erróneamente, que producir bienes con la finalidad de hacer dinero era éticamente criticable, mientras que su maestro Platón decía que la pobreza provenía de la multiplicación de los deseos. Después, con la llegada del Cristianismo y la proliferación de otras religiones se afianzó más esta falsa idea con aquello de que "es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos, que un camello pase por el ojo de una aguja". Ser pobre era una virtud, de allí tantos ermitaños, ascetas, anacoretas, estilitas, enclaustrados y cuerda de locos que compensaban su pusilanimidad con la soledad. O los gurús y faquires, quienes para remediar en parte la hambruna se concentraban en la nada y los indios de Bolivia masticando coca para no sentir el hambre hasta morirse, precisamente de eso. Hace 250 años todos los países del mundo eran pobres.
Pasarían 1.780 años de catástrofes, guerras, epidemias y sufrimientos hasta que por fin, la revolución industrial y el capitalismo surgieron en Europa. Fue Adam Smith con sus investigaciones sobre la riqueza de los países, el que logró eliminar el concepto de que el producir dinero era un pecado. De repente, se abrieron las puertas a las multitudes para que trabajaran egoístamente en beneficio propio, y fue esta creación de riqueza por parte de un creciente número de individuos emprendedores lo que detonó el desarrollo económico que cambió el destino hasta entonces nefasto del género humano. Desde ese momento se aplicó la fórmula que nunca ha fallado: libertad política más libertad económica, igual bienestar general.
Mientras gran parte del mundo, aún se está sacudiendo del atraso que representó 70 años de comunismo, aquí en Venezuela, unos trogloditas trasnochados vienen a retrotraernos al socialismo en pleno siglo XXI. Otra década perdida. Pobre país. Que oiga quien tiene oídos...
Ernesto García Mac Gregor
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