No te conozco y si te he visto no me acuerdo
¡Yo no los conozco, ni al tal Ricardo Fernández ni a Pedro Torres Ciliberto, yo no conozco a ninguno de esos tipos corruptos, “pata en el suelo”! Muy bien, Presidente, todo el mundo se lo va a creer. Pero tenemos un problema, ¿qué hacemos con Adán? Carajo, Uds. siempre buscándole cinco patas al gato, tampoco lo conozco. Presidente, es su hermano mayor, el mismo que lo hizo entrar a la Academia Militar, el que creó la necesidad de un pícher zurdo en la división de deportes de la FAN, el hombre que lo iluminó a Ud. por el camino de la revolución. Coño, ya les dije que no lo conozco, ¡hasta cuándo se los voy a decir! Es más, llamen al Saime y que hagan algo. ¿Cómo qué? Que le cambien el apellido o cualquier otra vaina.
El Presidente está algo irritado, nervioso. ¡Llamen a José Vicente!, gritó. Inmediatamente, mi comandante. Presidente, José Vicente al teléfono. Aló, José Vicente, qué vaina con Perucho, chico, ¿qué vamos hacer? Nada, haz lo mismo que yo. ¿Qué hiciste tú? Decir que yo no soy amigo de ningún Perucho Torres Ciliberto; es más, casi ni lo conozco, que apenas nos hemos visto en algún evento social, pero que nunca hemos tenido trato. ¿Y tú crees que la gente va a creer semejante vaina, José Vicente? No me importa, yo sólo lo digo. Si la gente lo cree o no, me da lo mismo. Así, Hugo repite una y mil veces: “Yo no conozco a ningún banquero”. La gente no te va a creer, pero a quién le va a importar eso en dos semanas.
Después de hablar con JVR, se sintió aliviado. Y ordenó: ¡Arreglen una cadena!
Llamó de nuevo a José Vicente para preguntarle cómo debería presentarse y le gustó la respuesta de JVR: ¡Arrecho, arrechísimo, Hugo! Le gustó porque es el papel que mejor interpreta.
La cadena se inició a la 1.00 de la tarde con las apelaciones acostumbradas: ¡Tropa, pueblo! ¡Pueblo, tropa! ¡Tropa, pueblo! Vengo a desmentir la campaña mediática de algunos medios de la oligarquía, al quererme vincular a los banqueros corruptos. Quiero decir aquí, eh, y lo juro, eh, por mi santa madre, eh, que yo no conozco ni de trato, ni de vista, ni de nada a ninguno de ellos, inclusive a uno que mientan Adán, de quien se dice que yo soy su hermano. Quiero dejar claro, clarísimo como las aguas de los ríos de esa sabana donde me crié, vendiendo dulces y arañitas, que él, efectivamente, es mi hermano, pero yo no lo soy de él. Eso lo juro.
Énder Arenas Barrios -
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