Obedecer órdenes superiores



El hombre tiene derechos, pero también deberes que cumplir. Ambos son correlativos y el error de muchos, o de casi todos, es reclamar sus derechos, olvidando el cumplimiento de los deberes.

El filósofo Hans Küng, autoridad mundial en el tema de la ética en la modernidad, en su obra Una ética mundial para la economía y la política (Editorial Trotta. Madrid. 1999), señala que cuando se proclama una declaración de los derechos del hombre, es preciso añadirle una declaración de los deberes del hombre.

De este orden de ideas deriva un asunto bastante interesante y de mucha actualidad en Venezuela como lo es el concepto del abuso del deber. Señala Küng que tradicionalmente se ha venido abusando de manera escandalosa del concepto de la obediencia ciega que exigen los superiores a sus subalternos en los regímenes totalitarios, la ideología marxista-leninista y los fundamentalismos religiosos. ¿Es valido eso? ¿Tienen los subalternos que obedecer ciegamente una orden que venga de sus superiores cuando esta -la orden- sea inmoral o criminal?

¿Es racional la obediencia ciega y la solidaridad automática para con los superiores? ¡El no es rotundo! No puede haber solidaridad automática y obediencia ciega a las órdenes que se reciben de un superior. El deber de cumplir con ciertas órdenes colide a veces con los principios éticos, morales y con la dignidad del ser humano.

Si esa orden es contraria al orden público y los derechos de la gente, ¿cómo queda el que la ejecutó “cumpliendo órdenes superiores”?

El citado filósofo señala que el deber vincula moralmente, pero no coacciona físicamente, puesto que deriva de la razón ética, que sujeta y obliga al hombre a actuar moralmente. Eso significa que toda orden que sea contraria a esa razón ética, a esa motivación de orden superior, que cause perjuicio y graves daños a la vida, a la seguridad física de la gente y su moral, no debe ser cumplida.

Nadie debe cumplir una orden que sea inmoralmente motivada, venga de quien venga. Quien lo haga, se convierte en cómplice del que dio esa orden, asumiendo consecuencias legales y espirituales. La legislación internacional moderna –el Estatuto de Roma y el Tribunal Penal Internacional de la Haya– así lo prescribe.


Kaled Yorde

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