Yoani Sánchez nos cuenta como en Cuba la “pegaloca” es oro


Se gritan de balcón a balcón y en un primer momento pienso que se insultan, pero no. La del edificio de la esquina le dice a la otra señora que han sacado “cola loca” en la tiendecita de Boyeros y Tulipán. Ambas abren los ojos, gesticulan, “es que estaba perdida”, “no había en ninguna parte”, afirman. Me río entre dientes mientras miro la punta de mi zapato, necesitada también de ese pegamento instantáneo que las vecinas anuncian como si hubiera venido carne de res por la libreta. Si llego a tiempo para alcanzar un tubo de la mágica cola, podría pegar la tecla de la computadora que anda dando vueltas por ahí y el timbre de la puerta, que apenas lo escuchamos cuando alguien toca.

En medio de mi enumeración de cosas rotas, me da por preguntarme si habrá estadísticas de cuánta cola loca se consume al año en esta Isla. No es un producto básico, pero intuyo que hay una relación entre la necesidad de reparar nuestras pertenencias y el grado de crisis económica que vive el país. Si no, por qué todo el mundo está corriendo detrás de un adhesivo que se anuncia como capaz de recomponerlo todo.

Frecuentemente, tengo trozos de goma en los codos o sobre la ropa después de hacer uno de esos arreglos a los que la cotidianidad me obliga. La última vez que me dediqué a esas faenas se me quedaron pegados el índice y el pulgar, hasta que con agua caliente logré separarlos perdiendo un trozo de piel en el intento.
En muchas tiendas, cuando abastecen con ese “cemento de contacto” tal pareciera que hay rebaja de productos. La gente compra decenas de tubos, como si su gran poder adherente pudiera pegar una realidad resquebrajada por la frustración.

No somos un pueblo excesivamente austero que no quiere desechar lo inservible, sino que entre nosotros es difícil hacerle caso a la fecha de caducidad que ponen los fabricantes. Cuando se rompe algo rara vez tiene sustituto. Por eso, dejo este post aquí y me voy a comprar mi porción de cola loca, mi necesaria dosis de instantáneo remiendo. Quizás unas gotas me sirvan para juntar los trozos de ese futuro que se nos ha caído al piso, regando añicos por todos lados.

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