Qué presidente


Es triste y doloroso el momento histórico que vive el país bajo la presidencia de Hugo Chávez Frías. La majestad presidencial que otrora era motivo de orgullo para los venezolanos, hoy está erosionada por la conducta indigna de un hombre que no ha estado a la altura de las exigencias y del acontecer republicano. Ni en las épocas más aciagas de su historia, la República había tenido un presidente tan disparatado como el que tenemos actualmente. Su verbo iracundo, que lesiona dignidades humanas, el uso abusivo del poder para descalificar a sus adversarios, es común en la conducta presidencial.

Su última tropelía, esa de la “ guerra” con Colombia, es una de las tantas irresponsabilidades en el manejo del poder, de doble discurso y de su torpe conducta como gobernante. Es cierto, su elección como presidente fue una grave equivocación que nos está costando muy caro, pero en descargo de ese error u horror, señalamos que los conductores de la República de antes, nos empujaron a buscar mejores tiempos en ese hombre, que lamentablemente resultó un fiasco, una gran mentira, escondiendo dentro de su alma un populismo desenfrenado, un odio y una gran incompetencia.

Este país digno, donde la gente posee una gran cultura democrática, donde sus hijos disienten, pero se respetan, no aguanta, no soporta a este gobierno pendenciero que humilla y veja a quienes discrepan de el, y va más allá, los encarcela, los lleva al exilio y les niega el sagrado derecho a vivir en paz y tranquilidad. Y algo más grave, ni siquiera les garantiza el derecho a la vida y a su propiedad obtenida durante años de trabajo y esfuerzo.

Entonces, por razones históricas, existenciales, estamos obligados a salir de este presidente. Cuando el general Juan Vicente Gómez languidecía en el poder brotó una frase de la garganta del más grande poeta comunista del mundo, Pablo Neruda, “vivimos tiempos de rata” y llamaba a la unidad contra el sátrapa que desangraba a su patria. Y en los días finales de la dictadura de Pérez Jiménez, el escritor prolífico Mario Briceño Iragorry escribió “vivimos una larga tiniebla, pocas hojas del árbol de la vida se movían” y clamaba en su obra “La traición de los mejores” ahora habrá que escribir “La unión de los mejores” para salir de la ignomimia en el poder.

Y ahora, no es Neruda, ni Briceño Iragorry, quienes piden la unidad nacional, es la gente, es el pueblo, deseoso de salir de esta pesadilla, quien la está exigiendo. El momento actual no es para que los filósofos hagan calistenia verbal y escrita de cómo concebir una unidad, respetando “los principios”, la identidad “ideológica”, la “ética revolucionaria” y tanto leguleyismo más, propio de los poetas fracasados del siglo XIX. Los pueblos en su lucha por la libertad y la democracia, ayer y hoy, han dejado atrás las llamadas “ideologías”, además, muchos no la entienden y jamás le han servido para digerirla y darse una vida mejor y más digna.

Es evidente, la unidad parlamentaria de los factores democráticos representa una respuesta contundente a ese anhelo unitario del pueblo. Es la vía para lograr una mayoría parlamentaria que ponga cese a las tropelías chavistas y garantice que las elecciones para concejales, alcaldes, gobernadores y Presidente de la República, se hagan en un escenario democrático y con un CNE imparcial y respetuoso de la ley.


VIRGILIO HEREDIA

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