El país de la estulticia
Teódulo López Meléndez
Los aires de dictadura abierta recorren este descampado. La desmadrada advierte que si gana la oposición habrá guerra civil. El delincuente culpable de la desgracia de miles de familias observa que aprobará la enmienda para que adecos y copeyanos no regresen al poder, negando así toda alternabilidad, principio básico de la democracia. El aire es pesado, del calor y del color que anuncia la tormenta. Los restos de lo que fue esta república reciben el olor de la bota infecta y la voluntad de opresión se vuelca como vómito sobre estos ciudadanos inertes que idiotamente “andan en lo suyo” como huérfanos sin la mano caritativa de una monja de asilo de desvalidos.
Ya no es la república lo que está en peligro, desaparecida, anulada, borrada, estiercolada. Lo que ahora está en peligro es la existencia individual de cada quien, esa placidez hogareña donde los imperturbables se refugian considerándola invulnerable a las inclemencias del tiempo, como si una chimenea caliente y un estofado recién salido del horno fuesen garantía suficiente para hacer de su aislamiento una campana neumática a prueba de dictadura, de totalitarismo, de poder omnímodo violando todo lo violable y saqueando todo lo saqueable.
Ahora la dictadura va en búsqueda del bocado que la sacie, de la eternidad que la salve del juicio de los hombres, mientras los cretinos de este país le exigen al dictador que se comporte “como un buen padre de familia” o ese tembloroso comandante de la Guardia Nacional manda a reprimir estudiantes para evitar que le corten su carrera, tan bella e impecable ella, sin otra mancha que la de avalar la dictadura y traicionar a los principios.
Mientras tanto el dictador se saborea, se relame, obtiene orgasmos múltiples enseñándole al cineasta Oliver Stone donde jugó metras o donde lanzaba el trompo, con el narcisismo propio de un Idi Amin y con la estulticia propia de un Mugabe. Y, sobre todo, con el goce prematuro de volver a saborear una “victoria electoral”.
Todo indica que lo va a lograr. Todo lo indica porque el país piensa que va a ganar, porque el país está desmotivado, porque los insignes encuestadores hacen proyecciones falsas de viejas cifras, porque hablan demasiadas pendejadas buscando sustituir a los medios radioeléctricos apagados en procura de alzarse como los nuevos gurúes grandilocuentes que le enseñan a la oposición como actuar. Porque recurren a viejos conceptos obsoletos, como ese de que las cifras de las elecciones regionales no son extrapolables a la situación del referéndum, olvidando que el sujeto recuperó un millón de votos de los tres que se le habían perdido y haciendo ganar a inútiles y mostrando que conserva la magia de los demagogos insignes.
No basta con hacer campaña por el “NO”. Lo repito, no para que me hagan caso, porque un intelectual no dice la verdad para que los idiotas de turno acepten la realidad, sino para dejar constancia desde su aislamiento y desde su perspectiva. Son unos imbéciles que no tienen nada entre ceja y ceja, unos cretinos pausados que “juegan a la democracia” y con ello al escaso destino que nos queda. Hace falta la protesta, hace falta gas lacrimógeno de ese que ordena lanzar el pequeño y obediente comandante de la Guardia Nacional. O hace falta recurrir a medios imaginativos de protesta para evitar que las sensibles narices de esta clase media aposentada sienta sus narizotas irritadas por la voluntad represiva de la dictadura.
Sin protesta ganará el referéndum. Habrá consultado por última vez. Esos tranquilos ciudadanos que vacilan en votar ya no tendrán semejante disyuntiva, pues no habrá más consultas, muerto el líder de La Habana el líder africano del continente americano hará de las suyas como le venga en gana. Lo que resta de este país está de rodillas. El país debe pasar por encima de estos seudodirigentes acomodaticios que sólo piensan en cuñas publicitarias para oponerse, en financiamientos para desarrollar la oposición que sólo puede venir de una calle ardiente y de una voluntad unívoca.
No basta votar, no basta hacer campaña de colocación de carteles en los postes. Hay que protestar por la estulticia de una pregunta absurda, estúpida y despreciativa de la inteligencia de los venezolanos. Hay que protestar por un Ministerio del Poder Popular para las Elecciones (antiguo CNE), según la afortunada frase del historiador Germán Carrera Damas, que corre servil a evitar la inscripción de nuevos votantes y a organizar la parodia del dictador. Hay que protestar por unas Fuerzas Armadas que sin saber de convocatoria corre humilde y arrastrada a preparar la vigilancia militar del nuevo hecho prostitutivo y degenerativo del acto de votar.
Esta oposición sólo sirve para votar, cuando necesitamos una que sirva para resistir. Iremos a votar, nadie pregona la abstención a conciencia, pero hay que restregarle en la cara que no tiene sentido político de la gravedad del momento y menos visión de lo que viene. Si gana vendrá la arremetida. Si pierde vendrá la arremetida. La dictadura, con apenas disfraces, está a la vuelta de la esquina. Está embozalada con los colmillos húmedos y el ansia irrefrenable de imponerse, mientras aquí unos cuántos estúpidos juegan “a la democracia”. El acto de votar ya está prostituido, lo que se busca es la falta de respuesta, las elecciones han pasado a ser una arma de la dictadura, las elecciones son ahora una parodia del poder omnímodo que debería ser revertido por una oposición incapaz de entender como ante sus ojos imbéciles se diluye la única arma de los demócratas.
La única arma de los demócratas he escrito, mientras la corrupción de los generalices llega a los extremos hasta que se les demuestre que el régimen se está cayendo, ocasión en que actúan en consecuencia. La hipocresía y las conveniencias presiden, han presidido siempre, la suerte de este erial. Vergogna, se dice en italiano, que me parece la manera más fuerte de decirlo en cualquier idioma. Vergogna, debería sentir este país si no se alza por encima de los patibularios y sale a defender su libertad. Vergogna, si esta supuesta oposición se limita a llamar a votar. Vergogna, si este país no resiste. Vergogna, si no somos dignos de una patria, de una ciudadanía, de una valentía de resistencia, de un ejemplo de valor. Vergogna, si no somos capaces de ejercer la dignidad por encima de los privilegiados massmediáticos y si no somos capaces de darle una bofetada a la dictadura como se le da al monstruo come piedra que desde la fantasía alucinada viene a vejarnos, a reducirnos a disfraz de ciudadanos.
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