¡Qué bolas!


De lo visto esta semana se desprende el siguiente análisis:

El área de juego ha sido trasladada a La Habana. Las bolas son criollas, pero se están jugando en otra cancha, con mucho guaguancó. El problema que se presentó es que, en pleno juego, se dieron cuenta de que el mingo se lo llevó AA al imperio mismo que otrora tanto detestaba, lo que hace que él tenga el control del juego e información de todas las jugadas. Ahora bien, si el tiro es legal o nulo nunca podrá saberse porque el que redacta el reglamento y nombra los árbitros es el mismo atleta que está en la cancha y a él le da lo mismo jugar con mingo que sin él, porque lo importante es que lo vean lanzando bolas. Encima, en el otro equipo juega el hermano, de modo que aunque pierda, gana también porque el que le pega a su familia se arruina.

Eso explica quizá por qué bocha sus propias bolas del fin de semana. Sin embargo, desde otra cancha Bocaranda, técnico de merecido renombre por la manera como devela los misterios de la partida que se juega oculta, había lanzado una jugada ofensiva con la finalidad de que tirios y troyanos supieran que todas las bolas eran del mismo equipo, cosa que intuíamos. Mientras, en la cancha de la capital (la de aquí) los jugadores no se ponen de acuerdo y es que se hace difícil jalar bolas cuando el juego se desarrolla en otra cancha, distante y ajena, por más que se diga que es la misma. Muchos evitan el arrime, porque las bolas están tan gastadas que ya ni se les distinguen los colores: se confunden las rojas con las verdes. Por eso en el juego televisado lo que vimos fue un boche rastrero (se dice del boche que se hace desplazando la bola por el suelo) para apartar otras bolas.

El hecho de que el árbitro AA se haya cambiado de cancha y se haya llevado el mingo ha desatado, además, un partido en el cual el arrime de bolas se usa para provocar más jugadas de distracción; así, mientras más bolas haya en la cancha mejor sale la partida o al menos eso cree el atleta. Por cierto que la vara para la medida por lo visto no es la misma, según confiesa el propio AA al señalar que él se retira del juego porque pretendían medirlo con la misma vara que él media. Esto denota que hay más de una vara, pero las trampas denunciadas son entre ellos mismos. Según el reglamento "la medida" tiene que ser de un material que no estire. Esto tampoco se cumple, porque la ley del embudo funciona full. Y aunque se les pretenda hacer creer a los propios seguidores del equipo que AA era del otro bando, la gente no es tan pendeja como los técnicos y el atleta creen. Llamó la atención que esta semana, algún representante de la federación, de la zona de los llanos, se planteó escenarios en los cuales el juego podría hacerse sin bolas, sin jugadores, e incluso suspenderse. Es curioso que aun jugando solos se les enrede tanto la partida, la verdad que no arriman una pa’l mingo.

Que las bolas no tienen todas el mismo peso es algo que también se sabe. Lo único que falta es que pongan un "captabolas" a la entrada de la cancha, para la revisión de cada jugador. Según el artículo 11 del reglamento, "el Técnico de un equipo a partir del cuatro (4) inicial, podrá efectuar cambio de atletas cuando lo crea necesario, así el atleta alineado haya jugado o no una bola". Al parecer hay jugadores que han cifrado sus esperanzas en este artículo, es un asunto de madurez, o quizá nos están tomando el cabello a todos desde los tiempos de Adán. Bueno, este es el país que tenemos y este el único análisis que puede hacerse visto lo acontecido en la cancha. De todas maneras, hay esperanza, mientras esté viva la capacidad de asombro, mientras uno no termine de aceptar lo inaceptable y mientras el examen de lo que acontece todavía le lleve a uno a rebelarse con un sonoro: ¡qué bolas!




 
Laureano Márquez 
TalCual / ND











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