Taxeando en año nuevo

images 1 Taxeando en año nuevo (Josué Carrillo)

Durante el día, Horacio Gómez, se desempeñaba como transcriptor de datos en la firma Dorian & Durango en un cómodo horario de 8:30 am a 4 en punto; por las tardes, hacia de taxista por su propia cuenta en un empeño desmesurado por atesorar dinero.

- Te vas a romper el lomo por ambicioso, muchacho, le decían sus amigos.

- Hay que trabajar, hay que trabajar, hay que trabajar, decía sin mayores explicaciones.

En verdad, Horacio, no parecía conocer el cansancio. Si veía que la noche estaba “movida”, es decir, los pasajeros abundaban como cardúmenes de sardinas pues se fajaba hasta cerca de la madrugada. Como a las 3 o 4 llegaba a su residencia de alquiler se daba un baño, preparaba una humeante taza de café ¡y listo! a trabajar de nuevo en D&D. A las 12 comía volando en el cafetín de la empresa un pan tostado con jugo de naranja y se iba a la sala de baño para dormir una siesta de 30 minutos sentado en la poseta como un Buda de palo.

-       ¿Como te fue el 24?, preguntó, Carmen Salas, una chica corriente pero de sonrisa hermosa con quien se le veía conversar en las horas aburridas.

-       Muy bien, muy bien, contestó siempre con esa manía de repetir las frases como disco rayado.
-       ¿Hiciste mucho dinero?
-       Bastanteeee, Bastanteee
-       ¿Pero no has comprado nada para ti?
-       ¿Crees que me haga falta comprar algo?
-       Claro, Horacio, llevo el año viéndote con los mismos zapatos.
-       ¿Y que están rotos? No los veo rotos.
-       Pues claro que no están rotos pero deberías tener unos nuevos, no se, ganas dinero, trabajas mucho y no veo que gastas plata en ti.
-       Es que yo trabajo para guardar el dinero y así algún día dejo de trabajar para gastármelo a todo dar, a todo dar, Carmen.
-       Eso es tonto, Horacio, dígame si cuando ya te falte poco para reunir la cantidad que deseas te da algo, te pasa algo ¡Dios no lo quiera! Y te mueres ¿ a quién le queda todo ese dinero?
-       Pues a nadie, a nadie.
-       Cónchale que vaina contigo

Para muchos, Horacio era el típico avaro para otros era solo un muchacho lleno de sueños, de aspiraciones y no era descabellada la idea de trabajar como esclavo los años de la juventud para luego parar y comenzar a disfrutar el dinero amasado en una madurez sin restricciones. ¿Pero el costo de ese trabajo a todas fuerzas no recortaría sus años? Al menos eso pensaba, Carmen, la muchacha corriente como les contaba quien en secreto le venía amando cuando en el trabajo más bien se le esquivaba tomándole como un tipo raro por su obsesión de ganar dinero.

“Si el 24 me fue al pelo, el 31 me va a ir mejor, me va a ir mejor”, dijo.

El 31 en D&D decidieron laborar nada mas hasta mediodía. Carmen fue al cubículo de Horacio y en directo, mirándole a los ojos le dijo: “me invitas a almorzar”

-       Es que tengo que prepararme para taxiar, hoy es un buen día, un buen día, Carmen.
-       Pero, chico apenas será una hora. Comemos, charlamos un poco y te dejo ir.
-       ¿Cómo cuanto gastaremos?
-       Ahh vaina, Horacio, brindo yo chico
-       Ok

Almorzaron en el O’ Ring el único restaurante chino de Masalta Sur atendido por Yolanda Fung, una asiática con poses y hablar latino. Pidieron lo típico: arroz especial y una generosa ración de vegetales salteados en salsa negra y jugo de ostras. Horacio al ver la intención a Carmen de cancelar la cuenta peló por su cartera y pagó con billetes nuevos y fuertes.

-       ¿Crees que voy a dejar que pagues tú?, dijo sonriente.
-       Bueno, como te has ganado esa fama de pichirre y avariento pues pensé que…
-       ¿Y tú qué crees?
-       Para mi eres un ambicioso, tienes una ambición desmedida y eso es casi como ser avariento.
-       Tal vez, tal vez.

Horacio se mostró espléndido al llevar a su casa a Carmen. Hablaron animados más que todo de la expectativa de esa noche de trabajo como taxista. Para despedirse, le dio un beso al borde izquierdo de sus labios. “Si me hubiese movido un tantito, si hubiese hecho un giro inteligente, fríamente calculado como en las novelas ¡seguro que me besa! ¡la próxima no se me salva!”, dijo Carmen al entrar a su cuarto con una emoción distinta al llegar en casi 3 años, fecha en la cual Isnaldo la dejo esperando en el muelle de Masalta Norte, ilusionada y creyendo que la amaban más que a nadie en el mundo cuando todo era una mentira tan grande, tan pesada, tan desgraciada al igual que el Titanic.

“¿Por qué no le pregunté de su familia, de su casa. de dónde pasará el cañonazo y con quien recibirá el año nuevo?… que tonta soy”, sé dijo echándose a la cama con los brazos tendidos mientras una electricidad maravillosa le recorría por el cuerpo.

Fue una tarde rendidora. Horacio descansó unos minutos mientras abastecía de combustible. Había pasajeros para escoger y todos con plata en el bolsillo.

Las horas se fueron en tropel como dice la gaitica de Betulio Medina.

Vino la última hora del año. En el puesto de encuentro los taxistas se fueron despidiendo. Intercambiaron abrazos y obsequios. Hicieron bromas. Horacio estaba algo callado.

-       ¿Y dónde recibirás el año nuevo, chamo?, le preguntó Juvenal Ruiz, el taxista de mayor edad y experiencia.
-       Pues trabajando señor, Juvenal, trabajando, respondió con una voz mediotriste.
-       Bueno, muchacho prepárese para las cosas más sorprendentes. Esa es la guardia mas trinca de todas ¿no ves que nadie se queda? ¿Por qué no vas mejor a tu casa con tu familia?
-       No tengo familia, señor, no tengo familia.
-       Alguien debe esperarte, alguien debe quererte, hijo, dijo, Juvenal arrastrando sus pasos al carrito chevrolito viejo de toda su vida. Horacio quedo distraído y un solo pensamiento le vino a la mente: Carmen.

Cinco para las 12. La avenida Vista Bella está desolada. Los semáforos le encienden a la nada. Cerca de Motos Gerbar cuatro personas esperan. Dos damas, una un poco mayor y una mujer bonita como de 26 años; un hombre alto de cabello canoso y un tipo gordito de risa espontánea.

-       Nos lleva a los 4 a distintos destinos, joven. Habla por la ventanilla el señor canoso. Horacio les observa en scaneo de elemental medida de seguridad. Les ve como gente decente.
-       ¿Quien paga?, preguntó
-       Yo que me quedo de último, dijo el gordito.

Eran personas gratas. Algo parcas en el hablar. A Horacio le llamó la atención que sus ropas se notaban nuevas pero estaban pasadas de moda. La mujer mayor se quedó a tres manzanas del lugar donde estaban. Nadie le esperó en las afueras de una casa con tres personas bajo la luz de una lámpara de cristales en lagrimas; el señor canoso, bajó en Villa Masalta, muchos vehículos lujosos frente a un Tom House, pero, también su llegada pasó desapercibida; la joven decidió quedarse en casa de sus abuelos aunque advirtió que caminaría unas cuadras antes para recordar su barrio porque tenía tiempo sin venir.

El hombre risueño iría más lejos. Al extremo sur de Masalta.
-       ¿Cree que llegaremos a tiempo del cañonazo?, pregunto Horacio.
-       Jajaja, el tiempo no importa, muchacho, lo importante es llegar.
-       ¿Los conoce?, Horacio refiriéndose a los otros pasajeros.
-       Sí, claro, venimos del mismo lugar. Por cierto, ya vamos a llegar. Cruza en la próxima esquina.
Horacio obedece. Se abre ante ellos una calle amplia rebosante de luz. Algo le desconcertaba. He recorrido casi toda Masalta y el reloj no avanza. Siempre faltan 5 pa’ las 12 decía asimismo.

-       Detente aquí, el gordito ya sin risa.

Una casa inmensa. Luces y música. Por el ventanal una mujer se aprecia en soberana belleza con una copa de vino en la mano. Dos adolescentes se besan en un sillón mecedor. Un hombre de atavíos sobrios, cabello negro encrespado toma a la mujer por la cintura. La sujeta fuerte. La besa en ternura interminable.

-       Todo esto era mío, dice el gordito. Horacio le mira por el retrovisor. Ve que llora con supremo dolor. Horacio piensa en Carmen. Quiere que descienda rápido para salir de prisa en busca del abrazo de año nuevo de Carmen. La voz quebrada del gordito a su espalda dice: “trabaje como un burro, la desatendí a ella y a ellos por mi afán de acumular dinero, riquezas. Esta casa que ves era modesta. Esos son mis hijos. Ella era mi esposa. La amaba más que a mi propia vida y no pude decírselo”, añade.

-       Señor, se queda, ando un poco apurado, un poco apurado, Horacio urgente. Le responde el silencio. Voltea a mirar y no hay nadie. El gordito ha desaparecido. ¡Me jodieron!, dice. Un frio lo invade. Le da rabia perder dinero y se devuelve a cada uno de los destinos visitados. Va a la casa de la mujer mayor y le dicen que le vieron llegar pero nadie se bajó. “Yo dejé aquí a una señora”, Horacio la describe.

-       ¡Válgame, Dios!. Es Eloisa, pero, ella hace años que murió.

-       ¡¿Cómo?!, Horacio con miedo de pies a cabeza. Aprieta el acelerador. Conduce a la casa del señor canoso. Le dicen que sí que lo vieron estacionarse pero luego seguir. Les habla del pasajero que acaba de dejar. Lo dibuja en palabras atropelladas.

-       Era nuestro abuelo, Chucho, murió el año pasado.

Horacio entra en pánico. Se dirige a las otras direcciones. Confirma lo que sospecha. En el lugar donde dejo a la chica preciosa encuentra unos muchachos en bicicletas. Les pregunta sobre ella y le cuentan que hacía dos años en ese lugar murió en un accidente una joven llamada Norma quien vivía con sus abuelos a dos cuadras más abajo.

Ya no tiene dudas. Sus pasajeros venían del mas allá. Su reloj sigue marcando 5 pa las 12. Con premura toma los atajos para llegar a casa de Carmen. Estaciona torpemente. Desciende agitado, convulso, rostro azul de miedo. Llama al portón y nadie viene. Ve a Carmen más hermosa que nunca dando el abrazo de año nuevo a sus padres. La llama. Grita fuerte. No le escuchan. No le ven.

-       Muchacho ven ya no insistas. Vamos a dar un paseo. Tenemos la eternidad para explicarte, el gordito sonriente desde el asiento trasero de su taxi. Le mira compasivo.

-       ¿Estabas ahí, verdad, estabas ahí?, Horacio con la garganta seca.
-       Siempre lo he estado, vamos. Te pasó lo mismo que a mí – añade- tanto trabajar, tanto esfuerzo para nada.

A pocas cuadras estaban el resto de los ocupantes del taxi de medianoche. Horacio no fue a trabajar el lunes siguiente ni nunca más. Carmen le recordó en aquel almuerzo. Le amó como de verdad se ama. Entendió que no era un chico avaro, ni pichirre sino que era un muchacho enfermo de soledad quien buscaba trabajar sin descanso para olvidar su tristeza.

Horacio Gomez murió 5 pa las 12 cerca de Motores Gerbar en la avenida Vista Bella de Masalta Norte, un 31 de diciembre 








Josué Carrillo
Jcarrillocarrillo@hotmail.com

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