¿Será que estamos enfermos?
Estar enfermo, realmente es un fastidio, y estar enfermo y que la gente piense que uno ha llegado al delicado momento es peor. Espero que ustedes nunca hayan llegado a vivir algo semejante, aunque, estoy seguro de que ya les llegará, ya les llegará.
Les cuento que alguna vez estuve muy enfermo y llegué a experimentar la muerte como una realidad oscura y próxima. Que les puedo decir, esa es una cosa sumamente jodida, aunque al final aprendí cosas buenas, pues, a su sombra descubrí que la vida se hace más amable y, como dice el filósofo, se hace merecedora de dulce simpatía y de amor.
Fue en aquellos días, que me hice profundo en mis convicciones y es que cuando uno ve la pelona cerquita a uno se le arruga el alma, que por lo demás es la primera que quiere abandonar a uno.
Sí señor, enfrentarse a la muerte no es poca cosa y menos cuando uno quiere seguir vivito y coleando. El caso es que uno se pone no sé... Lo que sí sé es que todos los días me decía para mis adentros con enormes lagrimones que no podía contener, los versos de Dulce María Loynaz: "Y al fin, cuando me vaya frío/ pálido, inerte/ ¿Qué dejaré a la vida?/ Qué llevaré a la muerte?". Se hará estas mismas preguntas el señor Presidente?, es posible, porque esas son las reflexiones comunes cuando la muerte deja de ser una experiencia ajena para ser algo propia.
Ahora si eso es verdad, en términos individuales, imagínense lo que pueden experimentar los colectivos, las comunidades, los países.
Empecemos por Cuba. Según el Gobierno cubano, con el apoyo del venezolano, los cubanos, comunes y corrientes, que es como califican a todos sus habitantes, menos a la cúpula gobernante, sufren una rara dolencia llamada drapetomanía, cuyo síntoma no es otro que la compulsión jodidísima e irresistible que tienen los cubanos de escaparse de la isla y de los hermanos Castro, es decir, de sus amos.
Venezuela, por su parte, bueno específicamente su Gobierno, que es bien distinto al país, sufre lo que el doctor Samuel Cartwrigth llamó, en 1851, lo que él calificó una enfermedad de esclavos llamada "dysaesthesia aetchiopsis" y que según este doctor, citado por el filósofo Savater, consiste en un morboso afán por despilfarrar sin ton ni son todo lo que se tiene y no respetar los bienes ajenos.
En fin, estar enfermo es calamitoso, aunque este Gobierno la ha convertido en una categoría estratégica.
Les cuento que alguna vez estuve muy enfermo y llegué a experimentar la muerte como una realidad oscura y próxima. Que les puedo decir, esa es una cosa sumamente jodida, aunque al final aprendí cosas buenas, pues, a su sombra descubrí que la vida se hace más amable y, como dice el filósofo, se hace merecedora de dulce simpatía y de amor.
Fue en aquellos días, que me hice profundo en mis convicciones y es que cuando uno ve la pelona cerquita a uno se le arruga el alma, que por lo demás es la primera que quiere abandonar a uno.
Sí señor, enfrentarse a la muerte no es poca cosa y menos cuando uno quiere seguir vivito y coleando. El caso es que uno se pone no sé... Lo que sí sé es que todos los días me decía para mis adentros con enormes lagrimones que no podía contener, los versos de Dulce María Loynaz: "Y al fin, cuando me vaya frío/ pálido, inerte/ ¿Qué dejaré a la vida?/ Qué llevaré a la muerte?". Se hará estas mismas preguntas el señor Presidente?, es posible, porque esas son las reflexiones comunes cuando la muerte deja de ser una experiencia ajena para ser algo propia.
Ahora si eso es verdad, en términos individuales, imagínense lo que pueden experimentar los colectivos, las comunidades, los países.
Empecemos por Cuba. Según el Gobierno cubano, con el apoyo del venezolano, los cubanos, comunes y corrientes, que es como califican a todos sus habitantes, menos a la cúpula gobernante, sufren una rara dolencia llamada drapetomanía, cuyo síntoma no es otro que la compulsión jodidísima e irresistible que tienen los cubanos de escaparse de la isla y de los hermanos Castro, es decir, de sus amos.
Venezuela, por su parte, bueno específicamente su Gobierno, que es bien distinto al país, sufre lo que el doctor Samuel Cartwrigth llamó, en 1851, lo que él calificó una enfermedad de esclavos llamada "dysaesthesia aetchiopsis" y que según este doctor, citado por el filósofo Savater, consiste en un morboso afán por despilfarrar sin ton ni son todo lo que se tiene y no respetar los bienes ajenos.
En fin, estar enfermo es calamitoso, aunque este Gobierno la ha convertido en una categoría estratégica.
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