Fábula del presidente enfermo
Debe herir hasta el alma sentir a la traición aproximándose. Que ella ronde entre supuestos afectos que muestran compasión, pero que hacen cálculos con la permanencia del paciente entre los vivos. En la habitación junto a los numerosos tratamientos médicos, la mirada en retrospectiva para encontrar a los verdaderos comprometidos. Debe significar una tarea durísima tratar de recordar algún gesto malsano por donde deshilvanar las estrategias de los grupos que pugnan por hacerse del solio presidencial. Retorcerá los intestinos con mayor dolor; desconocer que de verdad hay en cada gesto. Esa incertidumbre es tan funesta como sentir que las fuerzas menguan en la batalla más temible de la vida. ¿Cuál de todos los sufrimientos tendrá mayor contundencia en el presidente enfermo? ¿Las consecuencias del cáncer o la ingratitud de los cercanos que buscan destruir toda la epopeya edificada en torno a su figura? Si duelen las punzadas en las heridas, mayor debe ser comprender que todo se corroe y que quizás la historia lo convierta en un vuelta a la hoja cualquiera.
Los amigos ya no vienen. Planifican a sus espaldas resolver su futuro en una mesa en donde quieren entregar a la revolución chiflada. Se han desatado las ambiciones que son más penetrantes que el cáncer que sufre Hugo Chávez, este acertijo del destino y con el cual no contaban cuando hablaban de mantenerse en el poder hasta siempre, es un verdadero terremoto que hace buscar aparentar estados de ánimo que no transforman el fondo del problema. Los ratones organizan el festín, mientras el convaleciente guarda reposo en La Habana, en donde siente que sus compañeros no tienen como rebanarle la nuca.
Cuentan que la despedida en palacio fue triste, que más de un gobernador, ministro y dirigente de PSUV; lo observaban con atención. Efectivamente, son sus camaradas los que andan viabilizando escenarios en donde no figura Hugo Chávez. Nadie quiere perder sus privilegios y alguien convaleciente no está en condiciones de pelear contra la poderosa oposición y mucho menos enfrentar al imperio norteamericano con su tecnología de primer nivel. Hace falta más que ganas de salir adelante para sostener toda esa podredumbre que es esta revolución de pícaros.
La mente de Hugo Chávez debe ser una tortuosa batalla, imaginándose quién de sus subalternos dará el primer zarpazo en la búsqueda de inhabilitarlo en el corazón del pueblo revolucionario. Venden sus propuestas en pequeñas dosis, por ahora juegan a que los ciudadanos se percaten que para el bien de la patria debe curarse primero y regresar después. La realidad la escribirá el tiempo lleno de ausencias y quimioterapias; un verdadero desierto que cruzará solo, con sus adversarios martillando sus bases hasta dejar caer la estatua del líder que marchó lejos, que de alguna manera los dejó desamparados frente a los graves problemas que se multiplican. La etapa de la enfermedad en donde tendrá que recibir radiaciones es un escenario sumamente difícil en el aspecto físico y en su respuesta psicológica. Frente al impacto del hecho en sí, está un hombre que se creyó inmune a las dificultades. El proceso es de largo aliento y eso tiene un significado que mortifica: tiempo, ese espacio en donde se cuecen las traiciones, avanza la oposición y comienza el pueblo a olvidarse de aquel que no está; yo no es el patriarca inquebrantable con salud de hierro. Tales premisas son tan funestas como un cáncer que carcome. Para el hombre megalómano perder el poder es una forma de morir en el sentimiento de la gente.
Hugo Chávez sabe que muchos de esos que lo despidieron, son de aquellos que sueñan con sucederlo. La historia tiene muchos eventos en donde los grandes amigos se transformaron, con el correr del tiempo, en aquellos que borraron a su antecesor sin largar una lágrima.
Los amigos ya no vienen. Planifican a sus espaldas resolver su futuro en una mesa en donde quieren entregar a la revolución chiflada. Se han desatado las ambiciones que son más penetrantes que el cáncer que sufre Hugo Chávez, este acertijo del destino y con el cual no contaban cuando hablaban de mantenerse en el poder hasta siempre, es un verdadero terremoto que hace buscar aparentar estados de ánimo que no transforman el fondo del problema. Los ratones organizan el festín, mientras el convaleciente guarda reposo en La Habana, en donde siente que sus compañeros no tienen como rebanarle la nuca.
Cuentan que la despedida en palacio fue triste, que más de un gobernador, ministro y dirigente de PSUV; lo observaban con atención. Efectivamente, son sus camaradas los que andan viabilizando escenarios en donde no figura Hugo Chávez. Nadie quiere perder sus privilegios y alguien convaleciente no está en condiciones de pelear contra la poderosa oposición y mucho menos enfrentar al imperio norteamericano con su tecnología de primer nivel. Hace falta más que ganas de salir adelante para sostener toda esa podredumbre que es esta revolución de pícaros.
La mente de Hugo Chávez debe ser una tortuosa batalla, imaginándose quién de sus subalternos dará el primer zarpazo en la búsqueda de inhabilitarlo en el corazón del pueblo revolucionario. Venden sus propuestas en pequeñas dosis, por ahora juegan a que los ciudadanos se percaten que para el bien de la patria debe curarse primero y regresar después. La realidad la escribirá el tiempo lleno de ausencias y quimioterapias; un verdadero desierto que cruzará solo, con sus adversarios martillando sus bases hasta dejar caer la estatua del líder que marchó lejos, que de alguna manera los dejó desamparados frente a los graves problemas que se multiplican. La etapa de la enfermedad en donde tendrá que recibir radiaciones es un escenario sumamente difícil en el aspecto físico y en su respuesta psicológica. Frente al impacto del hecho en sí, está un hombre que se creyó inmune a las dificultades. El proceso es de largo aliento y eso tiene un significado que mortifica: tiempo, ese espacio en donde se cuecen las traiciones, avanza la oposición y comienza el pueblo a olvidarse de aquel que no está; yo no es el patriarca inquebrantable con salud de hierro. Tales premisas son tan funestas como un cáncer que carcome. Para el hombre megalómano perder el poder es una forma de morir en el sentimiento de la gente.
Hugo Chávez sabe que muchos de esos que lo despidieron, son de aquellos que sueñan con sucederlo. La historia tiene muchos eventos en donde los grandes amigos se transformaron, con el correr del tiempo, en aquellos que borraron a su antecesor sin largar una lágrima.
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