Oro en jalamecatismo


La foto que recorrió el mundo de los cadetes de la Escuela Naval “agachados” delante de Chávez me hizo sentir vergüenza. Y no puedo hablar de eso que llaman “pena ajena”, porque la pena fue propia. Muy propia.


Para mí resultaron inútiles las explicaciones: que si era que estaban en posición de “descanso”… ¿alguien ha tratado de “descansar” en esa posición? ¿Por qué si era una alocución breve no podían quedarse de pie? Que si los uniformes eran blancos y si se sentaban los ensuciaban…  ¡la rodilla la tenían en la tierra, eso también ensucia los uniformes! Yo llegué a mis propias conclusiones. Más aún después de haberlos visto y oído en otras ocasiones con otras jaladeras igualmente vergonzosas, humillantes e indignas. No se me olvidará la del guardiamarina que en abril recitó aquella retahíla de adhesión al líder y a su revolución, coreado minutos más tarde por el director de su Academia. Uh, ah…



Hay tres cosas en la vida que no soporto: la primera es la mediocridad, la segunda es la hipocresía y la tercera la jaladera de mecate en todas sus manifestaciones.  Desde la manipulación de niños obligados a cantar, bailar y hacer el ridículo, pasando por las loas cantinflescas (con el perdón de Cantinflas) de los pseudo intelectuales, la descarada competencia de los funcionarios a ver quién se guinda más, hasta las obsecuencias más serviles de los que por hacerle honor a su edad, deberían abstenerse. Uh, ah…


Por supuesto, esto de la jaladera ni es nuevo ni lo inventamos en Venezuela, pero hemos engrosado con bastantes episodios la historia de la adulancia. Uh, ah…


Bías de Priene, uno de los siete sabios de Grecia, allá tan lejos como en el siglo VI AC, al ser inquirido sobre cuál era la bestia más dañina que existía sobre la tierra, respondió: “de las bestias salvajes, los tiranos, y de las bestias domésticas, los aduladores”.


Lo más triste es que la adulancia es inversamente proporcional a la lealtad: los primeros en saltar del barco, quienes no tienen el menor empacho en cambiar de bando cuando las cosas se ponen chiquitas, son precisamente los que más jalan. De modo que cualquiera que esté en posición de poder debe cuidarse, en primer término, de los adulantes.


Si se premiaran los aduladores con medallas de oro, ya hubiéramos agotado las reservas mundiales. Uh, ah…









Carolina Jaimes Branger /Periodista

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