El atraco

Era mediodía del 25 de julio. Caminaba tranquilamente por la avenida La Limpia de Maracaibo. Las radios encendidas de los buhoneros estaban encadenadas; hablaba Chávez, quien alababa el informe que uno de los jefes del DCSI (Departamento de la Escena del Crimen) rendía sobre un supuesto crimen cometido contra un hombre hace 181 años y que desmentía a mi maestra Olga Pineda, de segundo grado, quien nos había dicho que al hombre lo mató la tuberculosis.

El caso es que el Presidente pone la historia en su santo lugar (para lo cual, pedagógicamente, a manera de ejemplo, compuso una canción llamada Arroz con leche), señalando que el hombre fue asesinado, aunque tres días antes se había filtrado una parte del informe que señalaba que ese hombre había muerto deshidratado por una diarrea provocada por la mala praxis médica del doctor Reverend. Claro, morir es demasiado ordinario, pero morir de diarrea siendo el padre de la patria como que es demasiado, así que había que corregir y la idea del magnicidio siempre es atractiva.

Bueno, les decía que era mediodía y si ustedes no lo saben, hay dos cosas jodidísimas en este país: una es escuchar y ver una cadena presidencial con pretensiones de clase de historia patria y la otra es caminar en Maracaibo al mediodía. Los zapatos de goma se pegan en el asfalto y uno camina como si tuviera un caucho espichao. Pues bien, justo a las 12.30, cuando el sol me derretía el cerebro, me topé de frente con el que sería el vigésimo atraco del que he sido víctima este año.

Era un tipo joven y flaco que se me acercó, casi me escupió la cara (bueno, me la escupió) y me dijo: “Dame el Blackberry o te quiebro, güevón”. A mí se me heló la sangre, me puse amarillo y casi sin poder decir nada le digo: “Hermanito, no uso Blackberry ni celular”. Justo en ese momento se deja escuchar la jodida canción anunciando la entrada de un mensaje y el tipo furioso me da un carajazo, me apunta con una cosa que parecía una pistola o un revólver, qué se yo, y yo le entrego, temblando, mi regalo del Día del Padre. El fulano salió volando y entró al centro comercial que ahora llaman mall.

Después del susto entré al mall a reflexionar sobre mi nueva fecha de nacimiento; entonces se me acerca un tipo joven y flaco; me puse amarillo y casi le digo: “C…, ya me robaste”, pero hice un silencio cuando él me dijo: “Tengo un Blakberry nuevecito de caja, virguito, te lo vendo por mil 500 y vais que chuta”, y se lo compré.




Énder Arenas Barrios / Sociólogo

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