El desespero presidencial
El presente régimen enfrenta por vez primera un proceso electoral regional en condiciones adversas, cosa que lo tiene desesperado. En el año 2000 (30 de julio) se trataba de relegitimar los poderes, luego del proceso constituyente de 1999. En esa coyuntura tuvo peso determinante la elección presidencial. El debate nacional arropó por completo la discusión de los temas regionales. Aun así, la oposición ganó las gobernaciones de Zulia, Nueva Esparta, Miranda, Carabobo y Yaracuy. La segunda elección regional se realizó en el 2004 (octubre) después del referendo presidencial de agosto.
Tuvo peso determinante el debate nacional. Pero apareció un elemento nuevo: la abstención creciente, como consecuencia de la desconfianza en el sistema electoral después de lo acontecido en agosto. Esto determinó mayor concentración de poder en el partido de gobierno y en el Presidente. La oposición perdió las gobernaciones de Miranda, Carabobo y Yaracuy.
Sólo conservó Zulia y Nueva Esparta. Hoy, en cambio, la situación es otra, especialmente después del referendo del 2-D. La elección de noviembre estará menos influida por el debate nacional. Los electores están pidiendo cuentas al Gobierno, después de una década de concentración de poder, con fracasos e ineficiencias a todos los niveles. La discusión regional tiene hoy más peso.
En segundo lugar, mientras la oposición ha tendido a unirse, los grupos gubernamentales han tendido a dividirse. En líneas generales, los candidatos oficiales son débiles, razón por la cual el Presidente pretende imponerlos a juro, utilizando su ya menguado prestigio, con un ventajismo sin precedentes y un creciente chantaje reivindicativo, acompañado todo de un lenguaje irrespetuoso y vulgar, que degrada la institución presidencial. Además, en esta elección ha desaparecido cualquier intención de abstención.
Esto explica el desespero presidencial. Todo indica, que la oposición no sólo ganará las gobernaciones que obtuvo en el 2000, sino que recuperará muchas otras, unidas a las que obtendrán los disidentes gubernamentales. El poder comenzará a desconcentrarse. El pluralismo político renacerá. La democracia seguirá viva. La soberanía popular no morirá. Al fin, el régimen se convencerá de que su debilidad está en el ventajismo grosero con el que pretende perpetuarse en el poder.
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