¿Se acabó la conversación?
Hace unos días recibí un e-mail de una lectora que me felicitaba por un artículo que no escribí, pero con un título tan sugestivo que decidí opinar también sobre el tema. Se llamaba “El fin de la conversación”. ¿Estamos viviendo el fin de la conversación o comenzamos una nueva manera de comunicarnos?
Hemos escuchado hasta la saciedad que los BlackBerry(o iPhone o cualquier aparato que disponga de mensajería instantánea) “alejan a quienes están cerca y acercan a quienes están lejos”. La pregunta que subyace es por qué siempre parece ser más importante quien está lejos que quien está cerca.
Hace poco en un restaurante había una familia de cinco miembros, cada uno con su celular. No tengo necesidad de decir que no se hablaron entre ellos durante toda la comida. La misma situación se presentó en un restaurante con una vista bellísima, en el que una pareja de jóvenes tenía la mejor mesa, la del romance, la intimidad, la de la atmósfera perfecta para empezar, restablecer o mejorar una relación… y nada. Cada uno habló con su BlackBerry.
¡Cuánta fuerza tiene la tecnología que impone en poco tiempo nuevos códigos de conducta sobre miles de años de costumbres! Así como nos resulta inconcebible que hace menos de treinta años en los bancos muchos de los procesos se hacían todavía manualmente, es más difícil imaginarnos cómo hoy podríamos sobrevivir sin el correo electrónico, el celular, el Facebook, el Twitter, el Messenger o el Skype.
Pero me preocupa que los jóvenes no experimenten en vivo y directo el placer de una buena conversación, sin distracciones, sin interrupciones… que no sepan cuánto placer hay en escuchar y en que nos escuche alguien interesante. Sé que los adultos también caemos en las mismas, pero al menos tenemos la opción de comparar porque nosotros pertenecemos a la generación que conversaba.
Sí, el mundo se comunica, pero no conversa. Me pregunto cómo o cuánto puede sobrevivir una relación sin conversar, una relación que siempre está mediatizada por aparatos y aplicaciones.
Por mi parte, hago lo posible para no dejarme llevar por la corriente y mantener vivas las conversaciones interesantes. Estoy a favor de la tecnología siempre que nos permita seguir siendo, sintiendo y actuando como seres humanos. No hay aparato ni tecnología que pueda sustituir la calidez de las relaciones humanas.
Hemos escuchado hasta la saciedad que los BlackBerry(o iPhone o cualquier aparato que disponga de mensajería instantánea) “alejan a quienes están cerca y acercan a quienes están lejos”. La pregunta que subyace es por qué siempre parece ser más importante quien está lejos que quien está cerca.
Hace poco en un restaurante había una familia de cinco miembros, cada uno con su celular. No tengo necesidad de decir que no se hablaron entre ellos durante toda la comida. La misma situación se presentó en un restaurante con una vista bellísima, en el que una pareja de jóvenes tenía la mejor mesa, la del romance, la intimidad, la de la atmósfera perfecta para empezar, restablecer o mejorar una relación… y nada. Cada uno habló con su BlackBerry.
¡Cuánta fuerza tiene la tecnología que impone en poco tiempo nuevos códigos de conducta sobre miles de años de costumbres! Así como nos resulta inconcebible que hace menos de treinta años en los bancos muchos de los procesos se hacían todavía manualmente, es más difícil imaginarnos cómo hoy podríamos sobrevivir sin el correo electrónico, el celular, el Facebook, el Twitter, el Messenger o el Skype.
Pero me preocupa que los jóvenes no experimenten en vivo y directo el placer de una buena conversación, sin distracciones, sin interrupciones… que no sepan cuánto placer hay en escuchar y en que nos escuche alguien interesante. Sé que los adultos también caemos en las mismas, pero al menos tenemos la opción de comparar porque nosotros pertenecemos a la generación que conversaba.
Sí, el mundo se comunica, pero no conversa. Me pregunto cómo o cuánto puede sobrevivir una relación sin conversar, una relación que siempre está mediatizada por aparatos y aplicaciones.
Por mi parte, hago lo posible para no dejarme llevar por la corriente y mantener vivas las conversaciones interesantes. Estoy a favor de la tecnología siempre que nos permita seguir siendo, sintiendo y actuando como seres humanos. No hay aparato ni tecnología que pueda sustituir la calidez de las relaciones humanas.
Carolina Jaimes Branger
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