La principal estafa inmobiliaria
No hay argumento que pueda justificar el que en 1998 con la cesta petrolera venezolana en la vecindad de 10 dólares, el sector público haya construido el doble de viviendas que en el año 2008, cuando nuestra cotización petrolera se aproximó a los 150 dólares por barril. Sencillamente, no hay excusa posible
Sin duda que son numerosas las familias venezolanas, en especial de modestos recursos, que han resultado perjudicadas en sus emprendimientos para adquirir una vivienda digna, por parte de empresarios de la construcción que, por razones de codicia, fraude o imposibilidad material de cumplir los mandatos contractuales, han obrado con negligencia o mala fe.
Pero se cuentan no por cientos o miles sino por millones las familias que hoy carecen de techo propio y satisfactorio, por causa de la incompetencia crasa y supina del Estado bolivarista en el ámbito del desarrollo habitacional. Y ello sin mencionar el tema de la corrupción presupuestaria o la configuración de un clima económico absolutamente hostil a la construcción de viviendas a través de la inversión privada.
El primer tipo de estafa inmobiliaria mencionado en estas líneas empalidece en comparación con el segundo, o la perpetrada por el régimen de Chávez. Así, en los últimos 12 años el Estado nacional no ha podido completar la construcción de 290 mil viviendas, a pesar de la enorme cantidad de recursos dispuestos gracias a la bonanza internacional de los precios petroleros. Con pena y sin gloria, el corriente ministro de Vivienda lo acaba de confirmar en la “interpelación parlamentaria”.
Para apreciar la dimensión de la incuria bolivarista, en los 12 años anteriores a 1999, el Estado nacional construyó 600 mil viviendas, y con una fracción de las disponibilidades presupuestarias del siglo XXI, pues desde mediados de los años 80 el mundo vivió un largo ciclo de bajos precios petroleros, sólo interrumpido por la Guerra del Golfo en 1990, y culminado a la vuelta de la centuria.
No hay argumento que pueda justificar el que en 1998 con la cesta petrolera venezolana en la vecindad de 10 dólares, el sector público haya construido el doble de viviendas que en el año 2008, cuando nuestra cotización petrolera se aproximó a los 150 dólares por barril. Sencillamente, no hay excusa posible.
Y no satisfecho el “gobierno revolucionario” con 12 largos años de fraudulenta gestión, ahora se pretende encandilar a la opinión pública con la promesa de construir 2 millones de viviendas en los próximos 6 años. ¿Quién las construiría? El Estado viviendista, ya sabemos, se ha vuelto inoperante en estos años y eso lejos de mejorar, empeora. El sector privado nacional prácticamente no existe en este campo del desarrollo.
Los chinos, iraníes, bielorrusos, cubanos, uruguayos y turcos que han suscrito numerosos acuerdos con el régimen de Chávez para realizar no menos numerosos desarrollos habitacionales, tampoco son garantía de nada, porque aún se están esperando las centenares de miles de viviendas que se ofrecieron y se quedaron en el papel de los convenios binacionales.
En fin, no hace falta mucha perspicacia para entender que la principal estafa inmobiliaria que padece el país es la que proviene del Estado maula y embustero que aún impera.
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Sin duda que son numerosas las familias venezolanas, en especial de modestos recursos, que han resultado perjudicadas en sus emprendimientos para adquirir una vivienda digna, por parte de empresarios de la construcción que, por razones de codicia, fraude o imposibilidad material de cumplir los mandatos contractuales, han obrado con negligencia o mala fe.
Pero se cuentan no por cientos o miles sino por millones las familias que hoy carecen de techo propio y satisfactorio, por causa de la incompetencia crasa y supina del Estado bolivarista en el ámbito del desarrollo habitacional. Y ello sin mencionar el tema de la corrupción presupuestaria o la configuración de un clima económico absolutamente hostil a la construcción de viviendas a través de la inversión privada.
El primer tipo de estafa inmobiliaria mencionado en estas líneas empalidece en comparación con el segundo, o la perpetrada por el régimen de Chávez. Así, en los últimos 12 años el Estado nacional no ha podido completar la construcción de 290 mil viviendas, a pesar de la enorme cantidad de recursos dispuestos gracias a la bonanza internacional de los precios petroleros. Con pena y sin gloria, el corriente ministro de Vivienda lo acaba de confirmar en la “interpelación parlamentaria”.
Para apreciar la dimensión de la incuria bolivarista, en los 12 años anteriores a 1999, el Estado nacional construyó 600 mil viviendas, y con una fracción de las disponibilidades presupuestarias del siglo XXI, pues desde mediados de los años 80 el mundo vivió un largo ciclo de bajos precios petroleros, sólo interrumpido por la Guerra del Golfo en 1990, y culminado a la vuelta de la centuria.
No hay argumento que pueda justificar el que en 1998 con la cesta petrolera venezolana en la vecindad de 10 dólares, el sector público haya construido el doble de viviendas que en el año 2008, cuando nuestra cotización petrolera se aproximó a los 150 dólares por barril. Sencillamente, no hay excusa posible.
Y no satisfecho el “gobierno revolucionario” con 12 largos años de fraudulenta gestión, ahora se pretende encandilar a la opinión pública con la promesa de construir 2 millones de viviendas en los próximos 6 años. ¿Quién las construiría? El Estado viviendista, ya sabemos, se ha vuelto inoperante en estos años y eso lejos de mejorar, empeora. El sector privado nacional prácticamente no existe en este campo del desarrollo.
Los chinos, iraníes, bielorrusos, cubanos, uruguayos y turcos que han suscrito numerosos acuerdos con el régimen de Chávez para realizar no menos numerosos desarrollos habitacionales, tampoco son garantía de nada, porque aún se están esperando las centenares de miles de viviendas que se ofrecieron y se quedaron en el papel de los convenios binacionales.
En fin, no hace falta mucha perspicacia para entender que la principal estafa inmobiliaria que padece el país es la que proviene del Estado maula y embustero que aún impera.
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