Nada es Absoluto, todo es relativo.
Entre la creciente confrontación recuerdo muchas anécdotas, ajenas y
propias, sobre la relatividad de los odios y amores en política, para
recomendarle a unos y otros que atemperen los ánimos porque algún día,
no muy lejano, se darán cuenta que no valía la pena llegar a tanto.
Recuerdo que de muchacho, yo copeyano, odiaba a los adecos quienes
supuestamente tenían unas brigadas de choque con las cuales arrasaban en
las elecciones liceístas. Pasaron los años y esos mismos adecos
terminaron siendo mis grandes amigos y compañeros de luchas en la
campaña de 1998, cuando Chávez iba rumbo al poder.
Los presidentes Betancourt y Eleazar López eran enemigos frontales,
pero luego se unieron frente a Pérez Jiménez y al final el primero
terminó rindiéndole honores al segundo. Caldera que fue el líder de la
ultraderecha en los años cuarenta, cerró su periplo aliado con la
izquierda y el mismo Hugo Chávez llegó a Miraflores, en llave, con una
parte sustantiva de lo que hoy es la Mesa de la Unidad.
Esta confrontación de hoy, muy temperamental, no es propiamente
ideológica porque en la oposición hay figuras más izquierdistas que
Maduro, como Carlos Melo, Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez y toda la
gente del MAS. En el gobierno emerge un ala centroderechista, que se
deja ver con el superministro Nelson Merentes, pero como van las cosas,
terminará encabezando las decisiones por el peso de la crisis económica.
Cuando Maduro y Capriles envejezcan, ya verán ustedes, no se parecerán
mucho a lo que son hoy día. Los hombres existen según su circunstancia.
La animosidad en el Parlamento, los dicterios por la prensa, los
insultos por internet, todo es muy normal y forma parte de una manera de
ser venezolana. Viene repitiéndose desde los remotos tiempos de Antonio
Leocadio Guzmán y Juan Vicente González, pero lo lamentable son los
golpes. En cualquier momento, un tiro anónimo puede encender otra guerra
de mil días como pasó en Colombia. María Corina Machado, sobreactuada, a
veces impostada, señora hasta de internacional pedigree (se sentó con
George Bush), pero golpearla fue una suprema torpeza. Lo mismo con Julio
Borges, personaje controversial pero también víctima porque a él le
pasó igual que a Eduardo Fernández y un convidado externo le terminó
quitando la candidatura y el partido.
Los bomberos que deberían apagar estos conatos de incendio son los
humoristas pero desvinculados de sus orientaciones políticas. Cualquier
mediación internacional fastidiará a unos y deslumbrará a otros, pero si
Laureano Márquez, Roberto Malaver y el Conde del Guácharo convocan una
jornada nacional de catarsis, los ánimos se apaciguarían. Ahora si hace
falta que nuestros políticos se echen tragos, se miren en el espejo,
acepten la relatividad de cada cosa y concluyan como Andrés Eloy Blanco
reconociendo que todos son “hormigas de la misma cueva”.
No se como decirlo sin herir susceptibilidades… Chávez estaba medio
ilegítimo en marzo de 2002, con la calle perdida, su popularidad por el
piso, sin Fuerzas Armadas ni PDVSA sin mayoría en tantos estamentos y
entre marchas y cacerolazos le devolvieron la popularidad. Capriles es
ciertamente multimillonario pero el acompañamiento de tanto votante
humilde, de tanto dirigente de barrio, ya ha popularizado su opción. A
ratos parece el Presidente ya indetenible para 2019, pero debe esperar
su hora, que por la mínima diferencia de 200 mil votos, ya no fue esta
vez.
Esta semana se me murió un entrañable compañero de luchas, Juan
Perpetuo Rondón, opositor a ultranza, copeyano visceral. En el velorio
me abracé con su hermano, también mi dilecto amigo, Antulio Rondón,
izquierdista romántico que tiene catorce años pintando el rostro de
Chávez muchas veces sin cobrar nada. En una esquina de la funeraria, los
opositores, en la otra, los chavistas. Me abracé con unos y otros y me
provocó gritar: que vivan Maduro y Capriles, los dos pedazos de
Venezuela. En dos siglos de historia republicana siempre ha sido igual,
nunca de menor intensidad la confrontación.
Ramón Alberto Escalante
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