Bomba de Odio
Beatriz entra a mi oficina hecha un mar de lágrimas. Inconsolable.
Tiene sólo dos semanas trabajando con nosotros. El año pasado se graduó
como TSU en administración. Se le contrató al igual que a otros cientos
de muchachos para la Jornada Especial de Registro Electoral.
Entre sus sollozos termino entendiéndole que estuvo todo el día al
frente de su módulo de actualización del registro electoral en un centro
comercial de Caracas. Durante todo el día fue acusada de tramposa, de
fraudulenta, de que igual la trampa estaba montada, de que era una
chavista de porquería. Al irse calmando me explicó que la mayoría de la
gente fue amable. Que algunos le hacían algunas preguntas que ella no
tenía idea de cómo responder, sobre temas diferentes a su trabajo
específico. Pero que de vez en cuando llegaba alguien con gesto feroz;
algunos que sólo la miraban con desprecio, otros le vociferaban insultos
y ofensas. Beatriz renunció. No se la cala más.
Bruno trabaja en mi oficina. Tiene una cuenta personal en Twitter. En
ella retuitea mi información de que la fecha del 7 de Octubre no será
modificada. También me retuitea que los tres millones de votos de las
primarias son certificados por el CNE. Recibe una andanada de
descalificaciones: traidor, vendepatria, pitiyanky, fascista, golpista;
que se cuide, que lo conocen, que renuncie, que está manchando a la
institución. Esos son los publicables.
Dos partes del país se ven entre sí con odio profundo. Feroz. Animal.
Son partes pequeñas, cierto: la mayoría de los venezolanos no destila
ese veneno lacerante. Pero en las dos pequeñas partes el odio es
profundo. Creciente. Peligroso. Es una bomba de tiempo que si no se
desarma estalla. Tarde o temprano.
El Odio tiene su historia; una historia con dos caras: golpes de
Estado, listas Tascón, despidos públicos humillantes con silbato en
mano, colas enormes para comprar gasolina, cierre de medios, medios
devenidos en actores políticos, marchistas y contramarchistas
asesinados, insultos televisados, cadenas presidenciales abusivas y
ventajistas, deseos de muerte al paciente enfermo desde las redes
digitales, afirmaciones de que el cancer es de oposición y que se le
dará el mismo tratamiento. La lista podría llenar páginas.
Desactivar la bomba de odio no es fácil, no es rápido, pero se puede;
y es un deber. Todos quienes amamos la paz, con justicia y libertad,
tenemos que poner el hombro. Las responsabilidades no son iguales, pero
las consecuencias de no hacerlo si son para todos por igual. El Estado,
los medios de comunicación, la élite de los partidos y los formadores de
opinión tenemos la carga principal. Hagámoslo.
Pongo a la disposición mi despacho para ayudar a que quienes tenemos
la mayor responsabilidad podamos ir encontrando un camino que, sin
abandonar creencias y principios, conduzca a desmontar paso a paso esa
Bomba de Odio que olvida que los venezolanos tenemos más cosas en común
que diferencias. Y que las diferencias, deseables per se, enriquecedoras per se,
se pueden administrar en paz y en democracia. Reconocer que el otro
existe no es suficiente, hay que internalizar que es imprescindible que
exista. La presencia de uno evita los extremos del otro.
Sería un tremendo ejemplo para el mundo, y para la Venezuela por
venir, si los protagonistas de la historia en desarrollo se sentaran en
una mesa a conversar a pesar del fragor de la campaña electoral.
Conversar no es claudicar. La agenda una sola: remover el odio y sus
causas de esta Tierra de Gracia.
Vicente Diaz
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